SUSTITUCIÓN TERTULIANA Y DEMOCRATIZACIÓN DE LA COMUNICACIÓN
José Luis Bedón
Revista Mediaciones <www.ciespal.net/mediaciones>
En el dilatado y cansino choque mediático, espectacularizado y sobreexpuesto de los socios del “Club de la pelea” (*)(Gobierno y medios privados), en torno a dos proyectos político-informativos excluyentes de la mayoría de la sociedad ecuatoriana, por el control del relato de la realidad y por el control de los medios de información, ha quedado en evidencia la carencia total de sensibilidad y conocimiento sobre el derecho social a la información de los ecuatorianos y ecuatorianas y la democratización de la comunicación en este país.
El antifaz de esta coludida pelea ha sido para unos la lucha contra la corrupción en los medios y para los otros la defensa de la “libertad de expresión”, por quienes se autodefinen “independientes” y hasta “apolíticos”, que en el fondo defienden sus negocios y la vieja bandera de un principio liberal que antes como ahora sólo ha contribuido a reproducir las desigualdades sociales y a promover una sociedad injusta en nombre de la libertad. Tanto desconocen o niegan los socios de la pelea la posibilidad de democratizar la comunicación y la información que las cifras de la brecha siguen casi inalterables. El 83% de las frecuencias del espectro radioeléctrico (radio y televisión) siguen en manos de propietarios privados y dedicadas a fines lucrativos y comerciales, un 13% están dedicadas a la religión, mientras que algo más de un 3% de frecuencias de radio lo comparten los medios estatales, autoconsiderados públicos, y las precarias y casi inexistentes emisoras comunitarias. Aquí habría que resaltar que se podría tener la tentación de crear nuevos medios con el nombre de comunitarios o ciudadanos sin la participación de estos actores sociales.
Enfrentado al poder oligárquico, corporativo y mediático, otro poder emerge empoderado con nuevas frecuencias de radio y televisión que se reparten y se repartirán a discreción entre movimientos sociales fantasmas y toda clase de fieles seguidores del régimen, en nombre de lo comunitario. Emerge con mucho presupuesto para publicidad y propaganda, un nuevo poder acuñado por otros grupos económicos, la revitalizada institucionalidad del Estado y el auspicio del gobierno; con afanes ilustrados, con discursos adquiridos en la izquierda, con proyecto político-comunicacional y mediático propio, apuestan por el control y el dominio del consenso social para prolongar su permanencia, inspirados en la gobernabilidad y el ejercicio del miedo y la disciplina.
Dos caras, una sola pelea, dos proyectos políticos informativos y comunicacionales enfrentados, negando sistemáticamente a la sociedad, reducida a espectadora de un conflicto de intereses ajenos. Mientras más se avanza en ser testigos de la violencia mediática entre sectores corporativos y del gobierno, más se pierde de vista la estrategia de imposición sin consensos del modelo extractivista minero en el Ecuador.
El sector de gobierno deja ver un flanco de su estrategia política con el silencio y la inacción frente a la aplicación de las recomendaciones de la ya olvidada Comisión de Auditoría de Frecuencias, que solicitó la reversión de las frecuencias adquiridas de forma irregular y corrupta. Otra arista del proyecto político comunicacional del régimen constituye la maniobra de haber sacado del ámbito de la Ley Orgánica de Comunicación, que duerme en la Asamblea Nacional, las decisiones fundamentales en torno al reparto de las frecuencias del espectro radioeléctrico y haber trasladado institucional y burocráticamente tales decisiones al ámbito de las telecomunicaciones, es decir restando base social y legitimidad a cualquier proceso de democratización de las frecuencias del espectro radioeléctrico, ignorando en la práctica la propuesta del reparto equitativo del 33.3 % para medios privados, públicos y verdaderamente comunitarios, cerrando el espectro a un acceso amplio y diverso en el Ecuador.
La violencia jurídica y simbólica del poder político y el poder mediático muestran su forma de ser cuando el gobierno impide la concesión de frecuencia para la operación de TV Sangay, propiedad de la prefectura de Morona Santiago, encabezada por Marcelino Chumpi, militante de Pachakutik y la Conaie, sin mencionar lo que ocurrió con la radio Arutam de la nacionalidad Shuar y los “cambios sutiles” que podrían introducirse más adelante con las radios entregadas a algunas nacionalidades indígenas, hechos que suceden ante el ensordecedor silencio de los medios de los socios del club de la pelea.
El foco mediático bipólico y coludido está ahora en la bronca por el diario El Universo y en la coyuntura de “cachascán criollo”, abierta entre el Gobierno representado por la Superintendencia de Telecomunicaciones (SUPERTEL) y un grupo de radios y radiodifusores del sector mercantil del Ecuador.
Ambos por igual, actores políticos que copan la centralidad de los medios tradicionales, que a pesar del avance de las nuevas tecnologías y el Internet, siguen construyendo una opinión pública falsamente bipolar, en lugar de corrientes diversas de opinión. Reproducen la mediocre cultura dominante del mercado y recrean los imaginarios del orden de un conformismo despolitizado y tonto.
“Tertulianos de todo…sabedores de nada”, en la radio o la televisión, conductores, presentadores, modelos, bailarinas, periodistas algunos, enajenados en la ciega creencia de haber reemplazado con acierto a locutores vozarrones abren los micrófonos y las pantallas a temas y emisores privilegiados, que ellos y sólo ellos consideran importantes, ampliando, en sus salas VIP, sus propias creencias, ideologías e intereses, que son en última instancia los de estos dos fragmentos del mismo poder. Periodistas que reniegan de sus oportunidades de mejora, de recuperar la legitimidad, la dignidad, nombres con trayectoria y marca en grave crisis de representatividad, desconectados, incapaces de leer la realidad y de dar cuenta del conflicto de la propiedad de los medios, ahogando con sus malas prácticas, en medios públicos o privados, la necesidad de darle sentido y agregarle valor a una profesión que se diluye.
Con sus contertulios construyendo el engaño de una democracia basada en sus voces y en su supuesta representatividad, como si la sociedad les hubiese delegado el manejo exclusivo del sentido de la realidad y la participación política negada a una amplia mayoría. Cabinas de radio y sets de televisión en donde nunca están las voces múltiples de un país plurinacional reconocido en el papel, contertulios, tertulianos, doxóforos a quienes Platón definía como “aquellos cuyas palabras en el Ágora van más rápidas que su pensamiento”, sistemáticos desconocedores y ocultadores de la realidad. Los unos desde micrófonos comerciales, los otros desde los nuevos micrófonos del poder político, desconociendo la historia de su país, sin ética, ni compromiso social, jalando el agua a sus molinos. Legitimados por nadie o por el mero hecho de estar o ser propietarios de un micrófono, ser co-idearios o tener amistades, todos jugando a la sustitución tertuliana del derecho social y la democracia en los medios de comunicación. Autistas de la palabra, profesionales de la opinión en sustitución de los otros y de los demás…que somos los más. De dónde sacaron tanta arrogancia para pensar que nuestro silencio es una complacencia con lo que vienen haciendo en la radio y la televisión en nombre de “libertad de expresión”.
Luis XIV, el máximo representante del absolutismo, pasó a la historia por afirmar: “El Estado soy yo”. Hoy los tertulianos radiodifusores de las estaciones comerciales observadas por la SUPERTEL bien podrían decir “la Democracia soy yo”, ”la Democracia es mi voz”, al igual que los tertulianos radiodifusores de los medios públicos, que también se enlazaron para replicar. Si no es así entonces por qué, para hablar de “libertad de expresión” en las cadenas radiales de lado y lado, sólo pueden hablar exclusivamente las archi-reconocidas voces del star system tertuliano local, o las voces de funcionarios de medios amigos y opinadores obsecuentes con la línea editorial del medio que los invita. Es este el pobre concepto de democracia la que genera la exclusión del resto de la sociedad, impide su participación, sus voces, ejecutando así la antidemocrática sustitución tertuliana de cada día y de cada mañana.
Reconocer el derecho social a la comunicación y democratizar la palabra pasa irremediablemente por democratizar la propiedad de los medios y no sólo por conseguir pequeños espacios condicionados, pasa por apropiarse de los nuevos medios técnicos y el Internet, pasa también como dijera José Ignacio López Vigil, en la celebración de los diez primeros años del proyecto de radioapasionados y apasionadas, por el que -en especial los jóvenes- nos atrevamos a democratizar la palabra y la sociedad fundando radios y verdaderos medios comunitarios en los patios, en las azoteas, en nuestros barrios, en las plazas, en las comunidades, en las pequeñas localidades, con permiso o sin permiso, pero eso sí con una profunda convicción y compromiso social con los más débiles…y en las calles.
(*) Abad, Gustavo “El Club de la Pelea…Poder Político vs. Poder Mediático”, en “¿Por qué nos odian tanto? Estado y medios de comunicación en América Latina”, FES C3, Friedrich Ebert Stiftung, Bogotá 2010, pág. 183-197.
19/10/2011